Dos cosas

2 de noviembre de 2009

El otro día escuche a uno de esos perdonavidas que parasitan las mesas de tertulia oficiales, esos que miran por encima del hombro enfadados y a los que les gotea la palabra democracia como si fuese algo suyo que han inventado ellos, decir que detestaba a aquellos que generalizan el estado de corrupción al sistema o a la profesión política y lo justificaba dando a entender que la única alternativa a este sistema mafioso y mentiroso que alegremente tenemos que vivir era una terrible dictadura. Algo así como que aquellos seres demoníacos que osaban criticar al sistema y a los políticos (conste que yo lo hago y no me arrepiento de ello) serían culpables de volver con total seguridad a los tiempos del garrote vil o de la Santa Inquisición. Dos cosas señor Enric Sopena:

1/ A mí lo que me repugna es la gente que consciente de vivir en un país de “listos” que hace de El Lazarillo y el Buscón su patética idiosincrasia mira a otro sitio y nos quiere vender una novela de autoayuda Feng Sui para que sigamos pedaleando mientras algunos (normalmente esos mismos) sigan viajando sentados en el sillín a cuerpo de rey. Puede que estos paladines de la pseudodemocracia que se colocan la camiseta de un partido político y lo animan con la sinrazón de cualquier hincha vivan muy bien y muy contentos en esta sopa de menudillos que tenemos que tragar pero esa sensación es difícil de extrapolar a otros seres pensantes (por no decir a todos los seres pensantes).

2/ Entre la cruel dictadura que nos precedió y este pegajoso engrudo de difícil digestión que algunos estirados denomináis democracia me temo que existe todo un abanico de colores. Recomiendo pasarse por alguna biblioteca o darse una vuelta por el ciberespacio para asimilar la cantidad de posibilidades que un sistema basado en los derechos humanos, el estado de derecho, la ciudadanía, la sociedad civil y el concepto de democracia pueden dar. De hecho y sin buscar demasiado podría bastar algo ligeramente más parecido a aquello que pregonaron los griegos como un sistema en el que los partidos políticos no tengan que ser empresas multimillonarias, donde los medios de comunicación no jueguen un papel tan letal y los políticos no tuviesen que tener “asesor de imagen”, donde las posibles opciones se relacionen con las opciones verdaderas y no tenga todo que reducirse a dos modelos que realmente son el mismo, donde uno vota por personas de nombre y apellido que representan ideas o modelos y no por siglas ladrillo que representan (sin decirlo) a grupos económicos… De hecho ganaríamos mucho simplemente con que mi voto valiese lo mismo que el voto de un vitoriano o de un conquense cosa que lamentablemente no ocurre hoy en día.

A veces, de tanto mirar por encima del hombro, uno puedes llegar a caerse y claro, cuanto más alto se mira mayor será la caída. Dios no lo quiera.

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