Esta semana he leído una cosa que me ha tocado esa parte del cerebro que te hace quedarte pensando sobre algo demasiado abstracto como para ponerle cara. El texto hablaba sobre la tragedia griega y como las reglas que condicionaban el género se han mantenido en la novela y la creación artística durante muchos siglos después. No es que esté pasando una fase de intelectualidad pesada (al menos eso creo) que me haga zambullirme en temas que requieren un tiempo y unos recursos de compresión que no tengo, sino que era una reflexión incrustada en una novela rara pero fascinante que me estoy leyendo (kafka en la orilla – Haruki Murakami).
El caso es que en un momento dado se dice que la tragedia griega estaba basada casi en su totalidad en unos personajes que intentaban por todos los medios escapar a su destino pero que nunca lo conseguían dejando claro que el destino es en realidad quien marca la vida de todos y cada uno de los habitantes del universo y que por mucho que estos procuraran escapar de el jamás lo conseguirían. Es básicamente como esa gran historia del mercader que se encuentra un día con la muerte en el mercado y el mercader al percatarse huye despavorido en dirección a una ciudad que está a 100km de distancia. La muerte se queda con cara de asombro y le dice a su acompañante: “estoy sorprendido de haberme encontrado ese mercader aquí”. “¿Por qué?”-pregunta el acompañante. “Pues porque me toca encontrarme con el mañana pero en una ciudad a 100km”.
Esa característica de la tragedia griega es algo que más o menos ya conocía pero lo que me ha dejado pensando es la ironía del asunto ya que la tragedia les viene a los personajes precisamente como consecuencia de sus virtudes en lugar de por sus defectos. Es decir, aquello que los hace especiales y diferentes a los demás es lo que les causa la desgracia.
Puede que sea una interpretación muy libre pero mi sorpresa viene porque esa reflexión es exactamente lo que yo he pensado durante mucho tiempo así que me reconforta (que remedio) saber que ya esos tipos tan inteligentes que nosotros denominamos genérica e injustamente como “los griegos” ya pensaban lo mismo que yo muchos siglos antes. Me reconforta pero también me asusta puesto que estaba convencido de que esa característica era propia de la civilización moderna y en concreto de nuestro país y no algo innato al ser humano.
Resulta entonces que vivimos en un mundo donde destacar para bien se penaliza. Yo no he hecho la mili pero siempre se ha dicho que para “triunfar” en el servicio militar había que intentar no parecer muy listo ni muy tonto. Es algo así como lo que ocurre en ese engendro disfrazado de pseudo-experimento sociológico televisado que es el “Gran Hermano”. Entra una colección de personajes a cada cual más histriónico pero el público suele echar a quien destaca. El que intenta organizar, fuera. Por listo. El que tiene carácter y se cabrea, fuera. Por cabrearse. Así van cayendo más o menos todos hasta que quedan tres o cuatro que es el momento en el que te das cuenta de que también está en la casa viviendo esa chica calladita que parece amiga de todos pero que nunca dice nada o ese chico tan majo que no tiene enemigos pero que nadie sabe de que equipo es.
También se ve en el mundo de la política donde el político ejemplo es aquel que no tiene ideas o que al menos es bastante ambiguo en su exposición caso de que las tuviese. Los políticos actuales hablan pensando cada palabra y sin ofender a ningún colectivo. A veces te sorprende que no los vote todo el mundo independientemente de sus ideas simplemente por lo mucho que intentan abarcar y lo poco que representan. Se acabo la pasión. Se acabaron las ideas. Todo es mediocridad, medianía, tibieza y “buenrrollismo”. Los que se salen del guión desaparecen de la película por radicales, violentos, vehementes, ácratas, antidemocráticos o simplemente frikis.
Siempre he pensado que una de las cosas que más me ha penalizado en mi carrera profesional (y por carrera profesional me refiero a lo que tengo que hacer a diario para ganar dinero y poder vivir) ha sido hacer las cosas bien. Hacer las cosas bien hizo que mi jefe de departamento vetara el que pudiera irme a otro departamento que me interesaba más para no quedarse él colgado. Hacer las cosas bien hizo que mi jefe me mandará precisamente a mí al proyecto más complicado, y al que no quería ir nadie, porque sabía que al menos saldría indemne. Hablar inglés mejor que mis compañeros de proyecto (que cobraban más que yo) hizo que fuese yo el agraciado con varios viajes, no precisamente de placer, a la península arábiga… y así con todo.
Pero no sólo de carrera profesional vive el hombre y en mi tiempo de “ocio” también he tenido que sufrir las consecuencias de la tragedia griega. El que habla es al que le callan, el que llora es del que se ríen, el sensible es el que se duele y el que juega es el que pierde. Yo hablo, lloro, soy sensible y juego…. y así me va. ¿Cuántos amigos se han quedado en la cuneta por intentar ser honesto al menos con la gente que se supone que te quiere? ¿Cuánto estúpido engreído ha abusado de tu amabilidad asumiendo que siéndolo das por hecho que tu contertuliano no tenga porque serlo?
¿Por qué entonces el verdadero gran hermano nos dice de pequeños que tenemos que ser buenos, amables, listos, valientes, honestos, hacer las cosas bien y procurar siempre darlo todo? Está claro, para que el que lo dice o sus amigos recojan los restos de los damnificados y vivan (muy bien) a su costa. Hijos de puta.
Tragedia griega
29 de abril de 2008
Por
milno brion
en
17:45
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Etiquetas:
Gente,
Literatura,
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2 comentarios:
Quizas porque ser buenos, amables,"listos", valientes, honestos, hacer las cosas bien y procurar siempre darlo todo, es lo que tiene o tendría que ser. Lo desgraciadamente triste es que por la noche nosotros no podemos dormir y ellos si. A mi lo que me consuela es que ser como ellos es lo fácil.
Completeamente de acuerdo.
Gracias por entrar y leerlo.
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