El otro día y sin venir a cuento me volvieron a corresponder con una frase que no es la primera vez que tengo la oportunidad de escuchar dirigida a mi: “me gustaría ser tan fuerte como tú”.
Parece razonable pensar que las personas se pueden dividir claramente en dos tipos: los fuertes y los débiles pero desgraciadamente la lógica booleana hace aguas cuando se trata de modelizar el cerebro humano y no es tan sencillo. ¿Qué es ser fuerte y qué es ser débil? Ni yo mismo soy capaz de saber que camiseta debería de ponerme a mi mismo en ese peculiar partido y probablemente según el escenario o según a quien se preguntara me colocaría en uno u otro sitio. Todo, evidentemente, es relativo pero paradójicamente me suelen poner en el lado de los fuertes a pesar de que uno está convencido (de corazón) de ser el más débil y frágil de todos.
Por eso, para no tener que curar después heridas profundas, por principio desconfío de los pobrecitos débiles y especialmente de aquellos que no hacen precisamente verdaderos esfuerzos por ocultarme esa aparente debilidad. Si, esos seres humanos que tienen un mecanismo cerebral que les hace no estar seguros de nada, que ante vicisitudes externas de diversa naturaleza pero de apariencia normal se sienten amenazados, desprotegidos, cierran la escotilla y transmiten su desazón en forma de agujero negro que todo lo absorbe pero que con la misma naturalidad nada de lo anterior les impide ser seres pensantes con un criterio muy particular y además demostrarlo, incluso con intolerante vehemencia, a todo aquel que ose dudarlo. Si, si, estoy hablando de esos tipos (o tipas) que se escudan en su manifiesta falta de seguridad para que tú, por supuesto, tengas que decidir por ellos pero que por la misma autoridad divina, que vete tú a saber quien les ha dado, luego se ven no solo capacitados sino con el derecho de criticar o destrozar con crueldad tus “inadecuadas” decisiones. Eso cuando no directamente te obligan sutilmente a decidir “tú mismo” lo que ellos quieren.
Un amigo mío de la infancia suele decirme que todo lo anterior es básicamente una enfermedad de ricos y sólo para ricos, así que nosotros no tendremos nunca la “suerte” de poder padecerla por mucho que respiremos el mismo aire y tengamos los mismos síntomas. Teniendo en cuenta el concepto de rico que manejamos mi amigo y yo, claro está.
No sé si mi amigo tiene o no tiene razón pero es cierto que a este tipo de personas solamente me las he encontrado cuando un buen día, en el sentido real y en el figurado, me decidí a traspasar la M-30. De donde yo venía había tres cosas que tenías que tener bien claras, la primera es que por nada del mundo nadie te iba a regalar nada así que todo aquello que pretendieses conseguir tenía que ser exclusivamente a partir uno mismo por frustrante que eso pudiese parecer. La segunda era que solo aquellos que daban la cara, con el riesgo de ser partida, tenían después el derecho a quejarse. La tercera era que tus lágrimas eran siempre tuyas aunque hubiese veinte personas secándotelas. Esas premisas siguen muy patente en mi vida y a pesar de ser un animal perfectamente adaptado al mundo “del otro lado” probablemente sea eso y sólo eso lo que me hace aparecer como un tipo fuerte frente a los tipos débiles con los que comparto absolutamente los mismos puntos de desazón.
La anécdota no pasaría de anécdota si no me generase tanta frustración (y tanta rabia) tener que callarme frente a los “débiles” no pudiéndome defenderme frente a sus “benignas” e “inocentes” afrentas exactamente con las mismas armas que utilizan ellos contra mi, simplemente por el sentimiento involuntario de coherencia pero también por el miedo de hacer daño.
Supongo que todo esto para lo único que sirve es para ahorrarme los 100€ de visita al especialista de turno que ellos, mis vecinos, utilizan a veces como tributo de autosugestión para intentar convencer y convencerse de la fabulosa mentira que ellos mismos son conscientes de estar construyendo y otras veces, la mayoría, únicamente como barata y socorrida
Limosna con la que limpiar los pecados y auto-convencerse de que hacen todo lo que pueden.
Y yo mientras mostrando la mejor de mis sonrisas prefabricadas mientras no dejo salir ni una sola flecha de la batalla que se dirime en mi interior.
Así me va.
Pobres fuertes
16 de abril de 2008
Por
milno brion
en
17:34
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Etiquetas:
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