Como Dios manda

27 de agosto de 2012

Hay gente que tiene la capacidad de decir en menos de un segundo el número de letras que forma cualquier palabra que le digas. Yo tengo la capacidad de saber entre un grupo de chicos/señores de mi edad quién y quién no ha estudiado en un colegio de curas si me dejan sentarme un rato con ellos y luego me dejan traer una chica, a ser posible atractiva, para que se siente también con nosotros. Soy infalible. Lo he demostrado en varias ocasiones. Funciona sólo con los chicos aunque entiendo que habría depurado una habilidad equivalente para féminas educadas entre monjas de haber sido chica. No es el caso. 

Admito sin embargo que no tiene demasiado mérito. El truco está en que yo no he estudiado en colegios donde segregasen a los chicos de las chicas (¿o era al revés?) y por eso soy capaz de notar la diferencia con la que interpretan el sexo femenino los que han estudiado siguiendo esa doctrina. A mi alrededor, en el colegio, siempre hubo chicas. Antes y después de que la atracción sexual creciese en mi pecaminoso cuerpo. Viví todas las etapas del crecimiento con esos peligrosos seres pululando con total naturalidad cerca de mí y aun así fui capaz de tener siempre notas excelentes. Desde luego que en muchas ocasiones fueron un elemento de distracción pero al igual que lo eran el fútbol, el baloncesto, las motos, la televisión, la música, los libros, los cómics, las revistas pornográficas, las iglesias, los escándalos políticos o mis amigos. Hubiese sido muy duro prescindir de todo ello para dominar antes las derivadas parciales. En mi clase había chicas muy listas y muy tontas. También había chicos muy listos y muy tontos. Ellas parecían más mayores por fuera pero no creo que lo fuesen por dentro. De hecho nunca he entendido bien a qué se refieren con lo de más “mayores” o más “maduros”. Había chicas que eran amigas mías y otras que no. Había chicas que me gustaban y otras que no. Era capaz de distinguir entre ellas. No tenía ningún problema en pedirles una goma de borrar. Antes y después de que les saliesen los pechos nunca tuve problema para hablar con ellas, reírme, llorar, hablar de cualquier cosa, felicitarlas o mandarlas a la mierda con la misma intensidad que lo hacía con los amigos con los que compartía sexo. Desgraciadamente conozco gente que no vivieron todo eso y no pueden decir lo mismo. Están convencidos de que la amistad entre un hombre y una mujer, más allá de la atracción sexual, es imposible. 

Si nos paramos a pensarlo pasamos en el colegio prácticamente los primeros doce o catorce años de nuestra vida que además son los más importantes en términos de personalidad y educación. Evidentemente con educación no me refiero exclusivamente a saber hacer integrales triples o conocer la literatura del Siglo de Oro sino a ser personas sociables que viven en sociedad. Importante matiz. ¿Tiene sentido un genio de las matemáticas que es un sociópata? ¿Tiene sentido un buen financiero que se siente incómodo trabajando con personas del sexo opuesto? ¿Es de recibo un educador que tiene verdaderos problemas para compartir emociones con personas del sexo opuesto? Equivocamos el concepto cuando decimos que los chicos (o las chicas) avanzan más si están en colegios separados. ¿Avanzan más hacia dónde? ¿Para qué? ¿A qué precio? Lo mismo es que nos estamos equivocando al colocar la meta. 

Evidentemente tengo claro que la segregación por sexos en la escuela me parece una aberración extemporánea y nociva pero afortunadamente para el mundo ni este tema ni otros dependen de mí. Vivimos en una sociedad de apariencia democrática en la que las decisiones se toman por consenso. En el caso que nos ocupa, por una vez, la sociedad está mayoritariamente de acuerdo conmigo. Los colegios públicos viven ajenos a esta epicúrea modalidad y también lo hacen la mayoría de concertados (muchos de ellos de carácter religioso), al estar incluidos y considerados para el usuario, a todos los efectos, como parte de la enseñanza pública. Afortunadamente también existe la opción de la enseñanza privada, con libertad para elegir el sistema que entienda oportuno, destinado convenientemente a esas minorías que prefieren otra opción (algo que por otro lado a mí me resulta también como mínimo cuestionable). ¿Por qué entonces tanto revuelo? 

Pues porque existe un puñado de órdenes religiosas, de fama reconocida y poder universal, que no contentos con la opción de la enseñanza privada, pretenden formar parte del concierto económico que subvenciona la enseñanza primaria, es decir recibir la subvención correspondiente, pero sin adoptar las reglas que rigen para todos los demás y que han sido decididas por consenso. Empleando un símil que entenderán muy bien, pretenden estar en misa y repicando. Algo que a mi inocente lógica le parece aberrante pero que afortunadamente viene también respaldado por una decisión del Tribunal Supremo que afirma que este tipo de actividad segregada es ilegal. 

En un país con políticos decentes, independientes y férreos defensores del estado de derecho independientemente de sus muy loables, lícitas y dignas filiaciones religiosas o de cualquier otro tipo, ese tema no tendría más recorrido. No tendría sentido un colegio concertado del Opus a no ser que los colegios del Opus aceptasen las normas comunes que ha decidido la sociedad. Desgraciadamente, escuchando al Ministro, parece no ser así. Tenía claro que nuestros políticos no son grandes defensores del estado de derecho a no ser que el derecho se adapte a ellos y no al contrario. La decencia tampoco parece una característica muy extendida entre el gremio dirigente. Lo que ingenuamente desconocía que es que nuestros hombres de gobierno tampoco son independientes. Algunos no se deben a sus votantes como podría suponerse sino a una Obra que está, al parecer, por encima de todo y de todos.

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