Fumeque libertario

17 de enero de 2011

Hace casi diez años servidor de ustedes estaba en una mítica sala de conciertos de Los Angeles (The Troubadour, aunque el dato sea irrelevante) disfrutando de un concierto nocturno de excelente música pop (The Rubinoos, aunque el dato sea igualmente irrelevante). En el éxtasis de la noche, llevando mi garganta al límite tratando de corear esos agudísimos estribillos imperecederos y dislocándome la cintura de felicidad antes los cambios de ritmo, noté una extraña, agradable y desconocida sensación. No era la música, ni era la alegría que me daba estar en ese templo del rock, no. La extraña, agradable y desconocida sensación era el no tener que estar tragando humo de tabaco en el ambiente. Lejos de notar que me “faltase algo” lo que notaba era una agradable sensación de placidez y comodidad a la que no estaba acostumbrado escuchando música en directo con una cerveza en la mano. La gente fumaba, claro, pero no lo hacía allí dentro molestando a los demás. Lo hacían fuera, comentando el concierto, y lo hacían con total normalidad. Como cuando yo me voy a orinar al baño (pudiendo hacerlo libremente en la barra del bar) o me salgo del cine si urgentemente tengo que hablar por teléfono. Aquel día me sentí ciudadano de un país tercermundista y aquella noche soñé con poder vivir algún día en un país sensato y sociológicamente avanzado, capaz de convivir en libertad y consciente de que la libertad individual termina exactamente en el lugar donde comienza la de los demás.

Hoy, diez años después, sigo teniendo el mismo sueño.

El 2 de Enero de 2011 entró en vigor en este bendito país una ley llamada anti-tabaco que en realidad debería llamarse pro-No-fumadores. Una ley que no va en “contra” de nadie sino a favor de la mayoría de los ciudadanos que son los que no fuman (pero que tendría el mismo sentido si los no-fumadores fuesen minoría). Una ley que tendrá matices mejorables, problemas y fallos (todo esto sí que es debatible) pero que en esencia, conceptualmente, no debería discutirse y que además llega tarde viniendo a cubrir una espacio virgen en una ciudad sin ley habitada por cínicos justicieros sin escrúpulos (como a mí me dijeron una vez: “si te molesta que fume en el metro te vas en tasis”). Una ley, que como casi todas las leyes, no sería necesaria en un mundo civilizado sin egoístas y donde el respeto por los demás no tuviese que formalizarse en una ley para poderse llevar a cabo.

Pero resulta que al parecer, según manifiestan supuestas voces autorizadas, España no estaba preparada para una ley tan “severa”. Cualquiera que haya salido alguna vez de su pueblo y haya viajado un poquitín, desde Argentina a Japón, desde Ecuador a Sídney pasando por toda Europa, habrá comprobado que la ley que ahora pretenden aplicar en este bendito país lejos de ser severa es bastante más normal de lo que parece y que lo raro verdaderamente es encontrar un país, de esos que sale con nosotros en las estadísticas del mundo avanzado, en el que todavía siga pasando lo que pasa por aquí dentro. Pero no, los españoles tenemos que ser siempre especiales y tenemos que llevarlo todo al límite. Especiales en la marrullería, el egoísmo, la hipocresía, la mala educación y la falta de respeto con los demás porque para lo otro, lo bueno, ya están los países del norte.

Se me cae la cara de vergüenza al ver el revuelo que se ha armado y sobre todo de escuchar los peregrinos argumentos de los ideólogos del colectivo fumeque de este país que sólo se declaran insumisos para poder echarse un truscas en el garito mientras se toman un Sol y Sombra. Curioso concepto de libertad este que manejan algunos. Al parecer uno no sólo tiene derecho a portar armas sino que en pos de la libertad uno tiene derecho a dispararlas cuando, donde y contra quien quiera. Que se quiten de en medio los que se puedan ver afectados que aquí estoy yo disparando y disfrutando de mi libertad. Total, si hay otras muchas cosas que matan. ¿Por qué prohibir lo que a mí me hace feliz si lo que a mí me hace feliz es molestar?

Como siempre el debate se cerraría en seguida con un poco de masa cerebral y recurriendo al rico diccionario que regula nuestra preciosa lengua:

Libertad: Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuánto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres.

Egoísmo: Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Ley: Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados.

Dios da miel a quien no tiene paladar.


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