Hombre rico, hombre pobre

28 de julio de 2008

Cuando era algo más joven y mi cerebro iba poco a poco borrando historias increíbles, fantasías, sueños y demás material “fungible” para dejar sitio al torbellino de datos inútiles que requiere la edad adulta, pensaba ingenuamente que con la llegada de la democracia, la libertad y el maravilloso sistema occidental, las distancias entre los ricos y los pobres quedaban reducidas a una simple cuestión de dinero. Pensaba ingenuamente que las actitudes clasistas, los vetos xenófobos o los chiringuitos exclusivos eran una cuestión del siglo pasado. Es evidente, basta levantar la cabeza y abrir los ojos, que estaba equivocado. No, no creo que escuchen a ningún político de ningún color, al menos entre los que tienen posibilidad de gobernar, decir algo parecido porque su propio cargo en la vida sería una paradoja pero no hace falta escarbar mucho para descubrirlo.

Hace 15 años pensaba que los españoles éramos unos catetos a los que sólo nos preocupaba el fútbol. Ahora sé que lo pensaba porque era lo que entonces querían que pensara. Lo éramos especialmente además si nos comparábamos con los “europeos”, mucho más abiertos al arte y el elevado conocimiento que nosotros pobres sureños. La imagen que llegaba de los medios de comunicación no hacia más que refrendar esta idea cuando leíamos los datos del seguimiento de la música clásica o la ópera en otros países comparado con el nuestro aunque ya tiene narices que la “cultura” de la gente de un país se mida por el seguimiento de algo como la música clásica o la opera. Para mi, entonces, la música clásica era eso que veía la mañana del 1 de Enero en casa de mi abuela donde unos señores vestidos de carísimos trajes tocaban una música, que yo nunca escuchaba por televisión ni por la radio ni en las fiestas del barrio, y que iba dirigida a unos señores vestidos todavía mejor que los que tocaban. Es decir, algo que yo nunca vería. Hace 15 años también, pero meses después, me fui a recorrer esa gloriosa Europa con cuatro duros, comiendo latas y durmiendo en los trenes. La diferencia que encontré con respecto a España entonces fueron muchas, pero en lo referente a la cultura “oficial” la principal diferencia era que allí había más dinero y algo menos de tontería. Tampoco mucha menos pero algo menos.

Cuando mis padres se dieron cuenta hace muchos años que tenía buen oído para esto de la música (algo que era una novedad para mi familia proletaria) quisieron llevarme a un conservatorio y así poder desarrollar la “habilidad” del niño en el único sitio donde por entonces se podía hacer algo así, sin ser pudiente claro, pero cuando llegué les dijeron con altivo desdén que yo era demasiado mayor para entrar allí. No debía de tener ni 8 años. Mis padres lo intentaron por todos los medios pero fue imposible debido a mi “avanzada” edad (y mi escasez de contactos, claro). Los pobres se preguntaron entonces, supongo que incluso con algo de culpa, sobre lo que tenían que haber hecho para darse cuenta de mi don. La respuesta institucional fue que ese tipo de cosas se ven en le desarrollo musical del niño, por ejemplo cuando se sienta al piano. No se que entendería aquella estirpe de estirados huelemierdas por “desarrollo musical” de un niño, inexistente en cualquier escuela pública de este país, pero la primera vez que yo pude sentarme delante de un piano de verdad, y tocarlo sin que nadie me pudiese decir nada, servidor tenía 17 años. Lo hice además en el piano de una compañera del colegio que estaba en el conservatorio y tenía la suerte de tener uno en su habitación. Yo toqué un rock and roll de Jerry Lee Louis (escalas con la mano izquierda y los acordes Do, Fa, Sol en la derecha como había visto hacer en la película “Great Balls of Fire”) mientras que ella “interpretó” una sofisticada (y preciosa) pieza de Chopin. Aquel día me sentí el ser más desgraciado del planeta.

Las cosas han cambiado sustancialmente pero no se ha movido un milímetro en lo básico y conceptual. Los poderosos se resisten primero a perder su privilegiado “palco” pero sobre todo a mezclarse entre la muchedumbre. Si al auditorio entra cualquiera habrá que irse al “Real”. Si al Golf juega cualquiera habrá que volver a los caballos.

Aunque mi cuerpo y mi mente han crecido dentro de la música popular, esa cosa despreciable que degustan las masas, he logrado descubrir de refilón también la música clásica pero eso no es óbice para que la siga considerando algo sucio, impuro, envenenado e íntimamente ligado con el clasismo fascista de los millonarios que (más o menos) dirigen el mundo. ¿Qué soy injusto con mucha gente que lo siente de verdad o con la propia música en si? Lo sé pero no me importa. Yo tampoco me ofendo cuando el chiki chiki va a Eurovisión o cuando la gente piensa que triunfar en la música es ganar Operación triunfo o cuando meten en el mismo saco Sufjan Stevens y a Zapato Veloz. Que existen verdaderos aficionados y apasionados a este tipo de música es algo que no dudo pero que no están en proporción a la ayuda institucional que la misma música recibe tampoco me genera ninguna duda.

Me da asco comprobar particularmente lo clasista y xenófobo que es por ejemplo la ópera y eso me hace renegar de ella. El otro día estuve por primera vez en mi vida en el Teatro Real y por primera vez vi una ópera en directo. Comprobé, entre otras cosas, que si quisiese acabaría amando y disfrutando el género (porque reconozco que lo disfruté y que me gustó) pero me niego a seguir las reglas de los dictadores.

La Ópera es uno de esos reductos medievales de los ricos. Conseguir un abono decente para el Teatro Real es literalmente imposible. Ya no es cuestión de poder disponer de la friolera de dinero que se necesita para comprarlo, es que aunque lo tengas no puedes sacarlo porque no está a la venta. Curiosamente toda familia que es “alguien” en esta ciudad tiene uno. Curiosamente los ricos van cuando quieren y como quieren. Curiosamente cuando hay un estreno “espectacular” los periódicos hablan de él como si hubiese sido de dominio público porque todos los que “cuentan” lo vieron o lo verán. Una butaca (en el patio de butacas) cuesta “solamente” 251€ el día del estreno (que tenga un precio el día del estreno y otro diferente el resto de los días ya dice bastante del espíritu clasista de los que dirigen este cotarro). Intenten ustedes sacar una (suponiendo que encaje en su presupuesto).

Pero es que encima se descojonan de la masa diciendo estupideces como que a la ópera puede ir el que quiera o que la administración está haciendo un “esfuerzo” para llevar el genero a la gente. ¡Qué mentira tan cruel!. Con la ampliación del Teatro se “habilitó” (aunque existen butacas de visibilidad NULA lo cual es como mínimo humillante) una zona, alejadísima y al margen del mundo localizada en el último piso del teatro que es donde usted, pobre mortal, podrá “disfrutar” de la Ópera, no sin antes tener que tener suerte y competir con otros “desgraciados” por las sobras. Eufemísticamente se le llama el “paraíso” a este reducto para la plebe que es el lugar para el que tendrá que hacer cola si quiere sacar su abono. Esa es la limosna que nos da la nobleza para disfrutar de lo “mismo” que ellos. Teniendo en cuenta que estamos hablando de un género promocionado y patrocinado por la administración no parece muy justo. De hecho es injusto y repudiable. Supongo que su conciencia quedará descansada con la “genial” idea de poner pantallas a las puertas del teatro para que los pobres viandantes que no pueden entrar intenten recoger las migas y disfrutarlas. Siempre desde fuera, claro.

Me gustó la ópera, lo reconozco. Reconozco que incluso desde el infinito la acústica de El Real es espectacular y disfrutable. Reconozco también que he comprobado que efectivamente es posible sacar una entrada para entrar a ese recinto “sagrado”. Aun así, por coherencia, no pienso colaborar más con la estafa, lo seguiré denunciando y seguiré renegando de los señoritos. Espero que algún día se atraganten en su propio perfume.

1 comentarios:

Jose Luis POP dijo...

eso te pasa por ir a la ópera. Vete a ver a Megadeth que están de gira...

Por lo demás completamente de acuerdo.
Yo una vez estuve en el Real y sentí algo parecido. Además me pareció que mucha gente no disfrutaba lo más mínimo, sino que estaban porque tenían que estar. Como ir a misa.

Fuck them all!