Dejemos algo
claro ya desde el principio: soy un fan irredento de los hermanos Coen. Sin peros. Me deben faltar un par de películas para haber visto toda su extensa filmografía
y son de los pocos directores de cine sobre los que me mantengo alerta respecto a cualquier
novedad que puedan tener. Dicho lo anterior, debo reconocer también que Fargo no está, a día de hoy, entre
mis películas favoritas. Sólo la he visto una vez, en el verano de 1996 (el año de su estrenó), en un cine de Huelva, ciudad en la que por circunstancias de la
vida me encontraba haciendo prácticas universitarias. Debido seguramente al
frenesí estival de aquellos días, que venía provocado por el hecho de estar
fuera de casa, con dinero, tiempo y poderío juvenil, recuerdo que entré al cine
muy cansado y con sueño. Probablemente ello me condicionó para que la película no me
entrase hasta el fondo pero eso fue lo que ocurrió. La recuerdo técnicamente perfecta (como siempre),
ingeniosa (como siempre) y bien trazada (como siempre) pero por alguna razón no
terminó de tocarme la fibra. Por una especie de pereza que ha
crecido en torno a ese primer sentimiento, la realidad es que no he
vuelto a ver la cinta y con ello convivo.
Esa misma pereza
es la que me hizo hace meses aparcar en la recamara el visionado de la prometedora
serie de televisión emitida por FX con el mismo nombre (Fargo) y que sin seguir
fielmente el libreto del largometraje, recoge la esencia y el espíritu del
mismo, lo que viene certificado por la propia presencia de los hermanos
Coen en la producción. Como tantas otras veces mi decisión fue errónea y
afortunadamente he podido resarcirme durante el verano que ahora acaba. La serie es magnífica
desde cualquier punto de vista. Soporta cualquier comparación y ha pasado del
tirón a ocupar un lugar destacado en mi librería de grandes series. Todo me
parece fabuloso. Todo. Desde las vetustas calles de Bemidji hasta las
zapatillas contra el frío que usan los protagonistas en casa. Desde el blanco deslumbrante que todo lo moja
hasta el edificio del FBI en Duluth. Desde la sangre que salpica las paredes hasta los besos en la mejilla.
El imaginario
universo que los creadores fabrican en ese remoto paraje, situado entre los estados de
Dakota del Norte y Minnesota, cerca de la frontera canadiense de Ontario y
Manitoba, es la alfombra perfecta para una historia negrísima y delirante. Parajes helados, física y espiritualmente. Comunidades americanas, recónditas, abandonadas y
autocomplacientes, cuyos habitantes bordean ese terreno, difuso e indefinido, entre lo normal y lo anormal.
Esas extensiones infinitas, inmensamente blancas, cubiertas constantemente de nieve. Esos viajes en coche entre ciudades de nombres exóticos y anónimos que parecen siempre el mismo (aunque en la serie parece que están al lado Fargo está realmente a 2 horas y
media en coche de Bemidji).
Con ese escenario de fondo, parte fundamental del éxito del
conjunto, los actores aprovechan una gran dirección y un estupendo guión de novela negra clásica (pero inteligente) para trazar casi 10 horas de televisión excelente que se
degustan en un suspiro. Pero claro, ¡qué actores! Encabezados por unos Billy
Bob Thorton y Martin Freeman en estado de gracia (supongo que acapararán
premios a diestro y siniestro este año) y seguidos por un ramillete de
profesionales creíbles, entrañables y geniales. Personajes en el límite de la
parodia (muy Coen) cosidos a la trama a través de un humor negro que perfuma
todo el metraje (muy Coen también) y que muestran con una naturalidad verdaderamente
compleja, un puñado de vidas tan terribles como anodinas. Un lugar bizarro en el que
conviven la brutalidad extrema de un asesino en serie paradigmático, la
ingenuidad campesina de un jefe de policía que lo único que quiere es
preocuparse de quitar la nieve y comer pastel de arándanos, la violenta resurrección
de un tipo mediocre entre mediocres y la preciosa historia de amor entre una implacable
agente de policía, gorda y dulce, y un pusilánime cartero frustrado al que en su día le tocaron
malas cartas. Genial.
Según aparecían al
comienzo del último episodio los letreros que indicaban que la historia estaba
basada en hechos reales y que se contaba tal y como había ocurrido (algo que
por cierto es otra macabra broma de los Coen, como ya ocurría en la película) personalmente tenía claras dos cosas: que es la serie que más me ha gustado en lo que va de
año y que ahora tengo muchas ganas de volver a ver la película.
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