Bendito frío

25 de agosto de 2014

Dejemos algo claro ya desde el principio: soy un fan irredento de los hermanos Coen. Sin peros. Me deben faltar un par de películas para haber visto toda su extensa filmografía y son de los pocos directores de cine sobre los que me mantengo alerta respecto a cualquier novedad que puedan tener. Dicho lo anterior, debo reconocer también que Fargo no está, a día de hoy, entre mis películas favoritas. Sólo la he visto una vez, en el verano de 1996 (el año de su estrenó), en un cine de Huelva, ciudad en la que por circunstancias de la vida me encontraba haciendo prácticas universitarias. Debido seguramente al frenesí estival de aquellos días, que venía provocado por el hecho de estar fuera de casa, con dinero, tiempo y poderío juvenil, recuerdo que entré al cine muy cansado y con sueño. Probablemente ello me condicionó para que la película no me entrase hasta el fondo pero eso fue lo que ocurrió. La recuerdo técnicamente perfecta (como siempre), ingeniosa (como siempre) y bien trazada (como siempre) pero por alguna razón no terminó de tocarme la fibra. Por una especie de pereza que ha crecido en torno a ese primer sentimiento, la realidad es que no he vuelto a ver la cinta y con ello convivo.

Esa misma pereza es la que me hizo hace meses aparcar en la recamara el visionado de la prometedora serie de televisión emitida por FX con el mismo nombre (Fargo) y que sin seguir fielmente el libreto del largometraje, recoge la esencia y el espíritu del mismo, lo que viene certificado por la propia presencia de los hermanos Coen en la producción. Como tantas otras veces mi decisión fue errónea y afortunadamente he podido resarcirme durante el verano que ahora acaba. La serie es magnífica desde cualquier punto de vista. Soporta cualquier comparación y ha pasado del tirón a ocupar un lugar destacado en mi librería de grandes series. Todo me parece fabuloso. Todo. Desde las vetustas calles de Bemidji hasta las zapatillas contra el frío que usan los protagonistas en casa. Desde el blanco deslumbrante que todo lo moja hasta el edificio del FBI en Duluth. Desde la sangre que salpica las paredes hasta los besos en la mejilla.

El imaginario universo que los creadores fabrican en ese remoto paraje, situado entre los estados de Dakota del Norte y Minnesota, cerca de la frontera canadiense de Ontario y Manitoba, es la alfombra perfecta para una historia negrísima y delirante. Parajes helados, física y espiritualmente. Comunidades americanas, recónditas, abandonadas y autocomplacientes, cuyos habitantes bordean ese terreno, difuso e indefinido, entre lo normal y lo anormal. Esas extensiones infinitas, inmensamente blancas, cubiertas constantemente de nieve. Esos viajes en coche entre ciudades de nombres exóticos y anónimos que parecen siempre el mismo (aunque en la serie parece que están al lado Fargo está realmente a 2 horas y media en coche de Bemidji). 

Con ese escenario de fondo, parte fundamental del éxito del conjunto, los actores aprovechan una gran dirección y un estupendo guión de novela negra clásica (pero inteligente) para trazar casi 10 horas de televisión excelente que se degustan en un suspiro. Pero claro, ¡qué actores! Encabezados por unos Billy Bob Thorton y Martin Freeman en estado de gracia (supongo que acapararán premios a diestro y siniestro este año) y seguidos por un ramillete de profesionales creíbles, entrañables y geniales. Personajes en el límite de la parodia (muy Coen) cosidos a la trama a través de un humor negro que perfuma todo el metraje (muy Coen también) y que muestran con una naturalidad verdaderamente compleja, un puñado de vidas tan terribles como anodinas. Un lugar bizarro en el que conviven la brutalidad extrema de un asesino en serie paradigmático, la ingenuidad campesina de un jefe de policía que lo único que quiere es preocuparse de quitar la nieve y comer pastel de arándanos, la violenta resurrección de un tipo mediocre entre mediocres y la preciosa historia de amor entre una implacable agente de policía, gorda y dulce, y un pusilánime cartero frustrado al que en su día le tocaron malas cartas. Genial.


Según aparecían al comienzo del último episodio los letreros que indicaban que la historia estaba basada en hechos reales y que se contaba tal y como había ocurrido (algo que por cierto es otra macabra broma de los Coen, como ya ocurría en la película) personalmente tenía claras dos cosas: que es la serie que más me ha gustado en lo que va de año y que ahora tengo muchas ganas de volver a ver la película.

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