Cinturón

8 de junio de 2011

Servidor es de origen humilde. Aunque sé que puede resultar sorprendente atendiendo la sociedad que representa la ficción televisiva patria o abriendo el dominical del supuesto periódico progresista de este país, les aseguro que en Tontolabalandia existen todavía familias humildes dónde el diseño japonés, el matiz de los vinos, el origen de los tejidos fashion, los restaurantes con encanto (a los que es mejor acudir cenado) o los fastuosos hoteles de cinco estrellas localizados en parajes ecológicamente comprometidos son, por así decirlo, secundarios. En mí familia desconocían y desconocen todo lo anterior pero tampoco lo hemos echado nunca de menos. A mí me enseñaron a vivir con orgullo y levantando la cabeza con lo que tengo, ni más ni menos. Entre las normas de educación básicas, aparte de no escupir, sentarse bien en la mesa, dejar el sitio a gente que lo necesita más que tú y ser respetuoso con el prójimo, a uno también le enseñaron a no comprarse aquello que no se podía comprar. Es más, me enseñaron a no necesitar aquello que no podía tener. Uno se gasta, sea mucho o sea poco, lo que se puede gastar. Ni más ni menos. No creo ser el único.

Puesto que lo llevo en el código genético esa ha sido mi forma de actuar desde que mis ingresos venían por vía paternal en muy pequeñas dosis hasta que ahora los obtengo a través del sudor de mi frente. Entonces tenía que esperar tres o cuatro semanas para poder comprarme un disco de vinilo y hoy no tengo que esperar tanto tiempo pero actúo igualmente en consecuencia.

Pero ahora resulta sin embargo que los “jefes” de Europa dicen que no, que España tiene una deuda brutal que no puede pagar y para arreglarlo la solución es que a mí me bajen el sueldo, me suban los impuestos, me recorten los beneficios sociales y que el Atlético de Madrid fiche a Manzano. ¿A mí? ¿Por qué a mí? Yo no debo nada a nadie. Como lo que puedo comer, vivo donde puedo vivir, visto como puedo vestir y además siempre ha sido así. Siempre he tenido el cinturón apretadito al contorno de mi figura. ¿Quién entonces ha contraído esa deuda? ¿Quién ha recibido los beneficios de la misma? ¿Dónde está el dinero o las compras? ¿No deberían ser esos mismos los que resuelvan el entuerto? ¿Cómo puede ser que los mismos que han contraído esa deuda sean los que “impongan” la solución? Si yo me gasto el dinero de los demás o lo pago o vendo lo que tengo para pagarlo o voy a la cárcel. Es así de simple. ¿Quién está en la cárcel por este motivo?

Señores burócratas, apriétense ustedes el cinturón. Sé que será una extraña sensación pero a todo se acostumbra uno. Señores burócratas paguen la deuda que ustedes han contraído o duerman en la cárcel. A lo mejor entonces, con ustedes entre rejas, me planteo lo de hacer un esfuerzo para salvar la situación del mundo.

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