Billy Wilder decía tener diez mandamientos que regían su carrera en el arte del celuloide. Los 9 primeros eran el mismo: no aburrir. El décimo era tener derecho al montaje final de la película. Billy Wilder fue y sigue siendo uno de los reyes indiscutibles de la comedia y también era un defensor de la televisión, un artefacto que nació con la noble misión de entretener. Billy Wilder tenía un gran respeto por el humor y por ello lo mostraba siempre limpio de zafiedad y perfumado en talento obsequiando en el camino a la humanidad con un legado portentoso. Lo que en apariencia es simple no tiene que serlo en realidad.
La comedia es de hecho un genero consustancial con el tubo de rayos catódicos pero el torrente de artefactos disfrazados de comedia que han aparecido y aparecen por la pequeña pantalla es incontable y no siempre vienen vestidos en talento, limpios de zafiedad o lo que es peor con la mínima dosis imprescindible de estilo y genio. Desde que se puso de moda el formato de “veintipocos” minutos como traje oficial para dar forma a las series eminentemente cómicas (de situación o no) el nivel de nuevos productos que aparecen ante nuestros ojos es casi arrollador. Es tan arrollador que servidor se ve obligado a hacer algo que detesta como es seleccionar a priori sin poder elegir con argumentos personales y dejándose llevar por el instinto o lo que es peor, haciendo caso de alguna recomendación.
Una de esas recomendaciones, de una voz tan anónima para el mundo como autorizada para el que escribe, me llevo el año pasado a tener en la rampa de salida una serie que decía llamarse “Modern Family”. Debo confesar que mi afición por las series de televisión es extrema en el caso de creaciones elegantes de corte dramático (ya me entienden, HBO, AMC y sucedáneos) y aunque también veo (en algunos casos con mucha intensidad) muchas comedias puede que debido a la gran oferta que existe me suele costar más el que alguna nueva atraviese mi rocosa epidermis. Por todo ello mis ganas de iniciar una nueva aventura televisiva no fueron muy intensas cuando encima me dijeron que la tal “Modern Family” versaba sobre tres familias que vienen de la misma, una de ellas de formato tradicional, otra formada por una pareja de gays que tienen una niña oriental adoptada y la tercera con el padre de las otras dos casado con una jovencita y despampanante latina. Más de lo mismo pensé entonces. Craso e inmenso error.
Gracias a la insistencia de mi anónimo amigo pude sobreponerme a estos estúpidos prejuicios que manejaba y aunque con reparos me zambullí de lleno en la creación de la FOX que emite ABC. ¡Y menos mal que lo hice! Sé que la serie despierta críticas encendidas que no entienden el éxito de la misma pero francamente ninguna logra convencerme. Según mi modesto criterio (obvio) Modern Family, incluida su segunda temporada que acaba de concluir, es una auténtica delicia que la sitúa entre las mejores en antena. Tras la aparente sencillez y almibarado formato se esconde mucho ingenio, un ritmo endiablado inusual en productos de amable fondo y forma, muchas dosis de irreverente ironía (quizás ese sea el problema) y una estupenda ensalada de talento. Talento en el rodaje con falsísimo e increíble documental que nadie se cree pero que es técnicamente soberbio. Talento en el guión dónde de nuevo los americanos nos dan un ejemplo (y una lección) de cómo escribir sobre estereotipos familiares con originalidad y elegancia, trasgrediendo lo obvio sin recurrir a la zafiedad ni al histrionismo, sacando el jugo a las particularidades de cada personaje y sobre todo de cómo meter el dedo en la llama sin solemnidades, bordeando lo políticamente correcto, con amabilidad y sobe todo con humor. Talento en unos actores en estado de gracia cuya adaptación al personaje es tal y con tantas posibilidades que hacen del resultado una verdadera serie coral.
Es imposible decir quién es el protagonista de Modern Family. Como clara referencia en público y crítica aparece el excelente papel de Sofía Vergara que por cierto es de obligado cumplimiento ver en su formato original. Si normalmente es un error ver una serie doblada en el caso de Modern Family el delito debería estar recogido en el código civil. Esa impagable forma de hablar inglés de “Gloria” es IMPRESCINDIBLE para disfrutar del personaje. Pero si el personaje de Gloria es el más evidente yo me quedo sin desmerecer a nadie (especialmente a Julie Bowen de la que me enamoré a la vez que Ed Stevens) con Cam y Phil Dunphy. El primero vistiendo como nadie ese papel de gay estereotipado pero a la vez único (y genial), el segundo en la piel del padre ingenuo, bromista y guay que no sabes si alejarte de él o llevártelo para siempre en el bolsillo.
En un género tan manido pero a la vez tan difícil como el de la comedia en televisión es cada vez más difícil encontrar cosas originales que dentro de su simpleza estén tan bien hechas que todo el talento que existe detrás pase casi desapercibido. Eso es Modern Family. Un ramillete de actores geniales, al servicio de un gran guión y que dan vida a una familia bizarra e histriónica disfrazada de presunta normalidad. Un tema manido dando forma a un universo que no lo es.
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