Un amigo de hace muchos años, estudiante de arte él, me contó una vez una de sus enseñanzas en clase de escultura que se quedó grabada en mi memoria para siempre. La misma enseñanza la he visto luego en películas y leído en sesudos artículos de intelectual pero no por ello ha dejado de seguir resultándome inquietante. Mi amigo decía que cualquier trozo de mármol puede ser el David de Miguel Ángel. Lo “único” que hay que hacer para que deje de ser una piedra sin valor y convertirse en una de las piezas de arte más cotizadas de la historia es retirar el material que sobra. Puede parecer una estupidez o una aseveración con trampa pero a mí sigue resultándome muy interesante pensar que el mismo trozo de material puede ser arena fina, una ruina tirada en cualquier parte, una escalera, una encimera o una sublime obra de arte. Todo depende de cómo se manipule, como se trate y en qué contexto se exponga. Supongo que ahí está la gracia del arte, en saber mezclar palabras, los colores, las formas, las notas musicales o los fotogramas.
La televisión, como los cuchillos, la morfina o el idioma alemán, no es algo bueno ni malo por naturaleza. Como el mármol, y aunque pueda resultar difícil de creer sintonizando cualquiera de los miles de prescindibles canales aburridos que tenemos la “suerte” de poder sintonizar hoy en día, la televisión puede ser vehículo de las mayores atrocidades pero también, créanme, de auténticas maravillas.
Probablemente desde que alguien decidió asumir que no todo lo que sale por la “pequeña” pantalla tiene porque gustar a todo el mundo y decidió apostar por la calidad, por el talento para las series de televisión para acabar inventándose una cosa llamada HBO, hace tiempo que algunos creadores de televisión decidieron quitarse el estigma de género chico que llevaban durante años para darle la vuelta a la tortilla. No soy el único que piensa que el mejor cine contemporáneo se está haciendo precisamente en determinadas series de televisión creadas explorando con valentía las posibilidades de un formato distinto, al margen de la rabiosa actualidad, el Share a toda costa, los mentirosos criterios comerciales y los complejos televisivos del “hecho para toda la familia”. A pesar de ello resultan ser rentables y gustan a un montón de gente. Increíble. Artefactos sublimes como los Soprano, The Wire, Mad Men, West Wing, Six Feet Under,… están a años luz de los equivalentes éxitos cinematográficos del momento. Al menos esa es mi opinión.
Pero la última de las perlas que ha venido a sumarse a esta pléyade de maravillas y que acabo de terminar de ver en su primera y flamante temporada me ha tocado especialmente la fibra. Estoy hablando de esa pequeña obra maestra llamada Treme. Vale que tenía una pinta excelente, vale que el tema era muy interesante para mí, vale que es HBO y vale que en la creación participa uno de los creadores de The Wire pero jamás podía pensar que me fuese a calar tan hondo.
Si tuviese que explicar de qué va esta serie lógicamente diría que trata sobre las personas que viven en New Orleans después del Katrina, de sus miedos, sus inquietudes, sus problemas, sus desdichas. No esperen sesudos enigmas sin solución, historias increíbles o acción trepidante. Cocineros, abogados, camareros y sobre todo músicos se entremezclan en un pausado y delicioso collage que tapiza la pantalla de color, olor y sabores desconocidos. Efectivamente la serie trata sobre eso pero el verdadero protagonista es sin embargo el fascinante, misterioso y para muchos desconocido espíritu de la legendaria ciudad de New Orleans (cuna del Jazz) que deambula herido y moribundo en desigual lucha contra la era de la especulación. La serie es tan rica en matices que escuece. Está tan bien documentada que sin fanfarronear y con extrema elegancia abruma de lo bien que se pueden hacer las cosas porque además, lejos de aburrir abrazando el formato documental o el sesudo formato para intelectuales, eleva el concepto de sencillez, de literatura, de inteligencia, de cinematografía, de ambiente, de ritmo,… hasta la máxima categoría.
Si el corazón es el espíritu negro de la ciudad (Treme es uno de los barrios negros con más solera), el alma de la serie es la música, la variada, imaginativa, peculiar y fantástica música que destila una ciudad en la que todo lo que caía se quedaba. Podría estar viendo la serie en un idioma completamente desconocido que simplemente por escuchar la música con los ojos abiertos viendo los garitos, las calles y las caras de New Orleans merecería igualmente la pena.
¿Tan difícil es hacer algo así que en nuestro país no hay nadie capaz tan siquiera de intentarlo? Me temo que la respuesta no es tan evidente y presenta varias lecturas. Efectivamente debe ser difícil porque más que dinero lo que hace falta es talento. ¿Significa eso que aquí no tenemos talento? Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que aquí el talento se desprecia en pos de otras opciones más inmediatas y fáciles de justificar cuando fracasan.
Cuando en España alguien presenta un proyecto de serie para televisión se le piden dos cosas: la primera es que se parezca a algo conocido y con éxito. ¿A quién le puede interesar una copia de Falcon Crest o de Lost o de Friends si están las originales? La segunda es que tiene que cubrir todo el espectro al mismo tiempo: padre, madre, abuelo, niño, amigo homosexual, chicas guapas y ligeras de ropa, chicos guapos y bien peinados, risas, lloros, corrección política….
Así nos va.
Gracias a Dios hoy por hoy las fronteras tienen menos sentido que nunca y aunque hablen en otro idioma yo prefiero vivir en Treme.
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