Septiembre, el mes de los coleccionables, los niños
guapos en televisión vistiendo los nuevos ropajes diseñados para el cole, el
principio de ese régimen que ahora por fin llegará, el inicio de ese curso de
inglés que no pasará del inicio para nadie y en definitiva de los sueños que se
han estado planificando en la orilla de la playa para ser realizados con los
pies sobre el asfalto, una vez reanudada la actividad y recuperadas las fuerzas.
Todo esto puede sonar muy cómico y puede también dar la sensación de que el
aquí escribiente permanece ajeno, sumido en Olimpo de los listos y situado
prudentemente a una distancia de seguridad que le evita ser salpicado. Nada más
lejos de la realidad.
Cada año, llegado el mes de julio, la sensación de
fin de ciclo se me hace pesada y certera. Uno empieza a levantar el pistón,
prefiere no hacer balance para no salir perdiendo y decide dar por amortizado
el ciclo escolar, expresión ciertamente simpática y que seguimos utilizando a
pesar de no pisar la escuela desde hace siglos. Y llega el verano. Y aparecen
los sueños. Voy a cambiar el carácter. Voy a ser más simpático. Voy a querer a
ese muchacho de toda la vida que hace tanto que no quiero. Voy a dar una nueva
oportunidad a los imbéciles. A los que me han hecho daño. A los que me los
siguen haciendo. Voy a hacer el esfuerzo de ser más sociable. De estar más
tranquilo. Voy a leer más historia medieval. Ese podcast que tengo en la cabeza
será definitivamente realidad igual que lo será ese nuevo blog que se pasea por
la cabeza en las cálidas noches estivales. El libro avanzara convenientemente.
Un nuevo disco aparecerá y pondrá el universo del revés. Aglutinaré las cuentas
de twitter para no perderme entre tanta personalidad y seré un tipo con
criterio e influencia. Demostraré al mundo que no soy ese idiota que ven. Dedicaré
un día a la semana a ver cine clásico. Dedicaré unas horas al mes a pasear por
Madrid en solitario y aprendiendo historia. Aprenderé de pintura y de
arquitectura. Escribiré canciones como un cosaco. Ordenaré las fotos…
Pero luego llega septiembre. Y vuelve la rutina
clásica, esa que incluso has echado de menos, para darte una bofetada en la
cara y explicarte con sencillez que todo aquello que has soñado no va a ser
realidad por la misma razón que no lo fue el año anterior. Es más, me caerá
encima, con todo el peso de la cruda realidad, esa pregunta que había obviado
durante el verano y que de hecho cataliza todas las respuestas. ¿Para qué? ¿A
quién le importa? Y volverá la frustración. Y no habrá pasado un minuto desde "ayer".
2 de septiembre. Sin novedad en el frente.
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