Hay mucha gente que afirma que la magia no existe sino que es la forma que los ignorantes seres humanos utilizamos para intentar explicar las cosas para las que no encontramos explicación. En mi caso uno desconfía en principio de las cosas “mágicas” y trata de analizar las mismas cosas según los modelos y explicaciones de la lógica pero la realidad es que cuando nos adentramos en los pantanosos terrenos del arte, las emociones o las sensaciones la cosa empieza a salirse de madre. Si uno por ejemplo tiene la suerte de comerse un cocido en el Malacatín de La Latina pero se deja llevar por la pura lógica comprobará con estupor que aquella delicia que está degustando no es más que agua, garbanzos, carne, gallina, tocino, huesos, chorizo, morcilla, zanahoria,… Por alguna razón sin embargo cuando uno trata de hacer lo mismo en su casa el resultado no sólo no es el mismo sino que dista bastante de serlo. Son los mismos ingredientes pero la vulgaridad del conjunto es tan patente que hace que de facto sea “otra cosa”. ¿Magia? Algo tiene que existir, aunque el hecho de no entenderlo no significa el que no tenga explicación lógica.
En estas cosas estaba pensando un servidor cuando la última serie de AMC, The Killing, andaba por la decena de capítulos en su primera temporada. La razón por la que un servidor se sentó a ver el primer capítulo de la saga justo un día después de su estreno en EEUU fue simple y llanamente porque venía firmada con las siglas AMC. No había nada más a priori que me llamase la atención (más bien todo lo contrario) y si no hubiese sido por ese hecho jamás la hubiese visto. A estas alturas de película y con la poderosa e inabarcable oferta de series televisivas que tenemos en la actualidad la pereza atenazaba mis meninges como para enfrentarme a un nuevo folletín de policía incomprendido, con compañero incomprendido y misteriosos que se enfrentan a un todavía más misterioso crimen sin resolver en el que parecen estar mezclados políticos corruptos y sin escrúpulos. Sinceramente, no se me ocurre un pliego de intenciones menos original y más usado.
Pero al igual que el cocido, los elementos son sólo parte de la realidad y en la capacidad de insuflar magia a la combinación de elementos vacío está la clave del éxito. Supongo que no será magia y todo tendrá una explicación pero ésta no es evidente. Si lo fuese todas las series de policías investigando un asesinato tendrían la factura que tiene The Killing, pero desgraciadamente no es así.
Para cuando servidor había llegado al capítulo 12 de la primera temporada el efecto positivo y anestesiarte era ya inmenso. Sin duda se trataba entonces de mi serie favorita de la temporada y no era capaz de dejar de encumbrar sus virtudes a cualquier que me diese la oportunidad de escucharme. La inocente trama inicial se enmaraña y desenmaraña de forma compleja pero sencilla, abriendo y cerrando puertas con elegancia y gancho. Todo suena a falta de originalidad pero por alguna razón no se acusa, no se nota y es más, engancha. Engancha y se termina asumiendo datos y fenómenos difíciles de asumir en otras circunstancias. Aun así lo mejor de The Killing hasta ese capítulo 12, su secreto, es la mezcla con todo lo demás. El ambiente. Ese Seattle permanentemente gris que siempre está soportando una lluvia torrencial. Esos parajes sombríos, esos silencios mecánicos, esos rostros mentirosos. Esa música electrónica inquietante y obsesiva que tan bien disfraza una cuidada y preciosa fotografía. Esos colores apagados y oxidados que lo inundan todo. Ese ritmo pausado que no para y que no deja de ser ritmo. Esos tonos que al igual que el resto de figuras se difuminan sin delimitar claramente el principio y el final.
Al final del capítulo 12 uno estaba tan entregado a la causa que aparte de entender el capítulo “botella” en el que los dos agentes se pasan una hora encerrados en un coche como una pequeña obra maestra y no como una insultante forma de alargar el chicle, también me hizo investigar sobre los orígenes de la serie, descubriendo así que éstos estaban en otra serie de televisión danesa con el mismo nombre, la misma trama, el mismo esquema y los mismos protagonistas. En la serie original (todavía en antena y creo que en su tercera entrega) cada temporada estaba dedicada a un caso y cada capítulo a un día de investigación. Igual que lo que llevaba visto de la entrega americana. Todo apuntaba pues a que 7 días después descubriríamos con estupor quien fue el asesino de Rosie Larsen.
Desgraciadamente no fue así. 7 días después, en uno de los finales de temporada más decepcionantes que yo recuerdo, The Killing despedía su primera temporada no sólo dejándolo todo abierto de forma sucia y apresurada sino cambiando los códigos en el último momento, abriendo de par en par las puertas de la trama hacia la vulgaridad y forzando un cliffhanger rancio y tramposo que con artimañas de cualquier culebrón venezolano de tercera hace que las 13 horas anteriores tengan prácticamente un valor testimonial. Inevitable en ese momento acordarse de Twin Peaks (serie con la que curiosamente ya se le había comparado antes de empezar) uno de los mejores ejemplos de producción televisiva que pasa de obra maestra (ese insuperable primer capítulo) a vulgar y farragoso folletín por entregas en el que al final no sólo no recuerdas el principio sino que ya da igual.
El final de The Killing me dejó tan descolocado que no sé cómo me acercaré a la serie a partir de ahora. Por un lado era tan buena hasta segundos antes del final que probablemente merezca la pena perdonarle el inmenso tropezón que supone no ya un final de temporada mentiroso y malo sino el error garrafal de plantear una serie de varias temporadas en torno a un único caso que a partir de ahora se desgastará a pasos agigantados. Supongo que mi decisión, lamentablemente, dependerá de lo que depare la parrilla para cuando los directivos de AMC decidan estrenar la segunda entrega porque por lo que a mí respecta la emoción que tenía se ha difuminado.
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