Dicen que la hegemonía e influencia estadounidense se desploma en beneficio de economías emergentes como la china, la india o la brasileña pero que quieren que les de diga. Hace mucho tiempo que me negué a medir o evaluar mi vida en términos económicos así que francamente, desconozco la influencia diaria en mi bolsillo de chinos, indios o brasileños pero en lo que se refiere a las artes y las ciencias tengo claro que es poca o directamente nula. No lo digo como desprecio de los nuevos ricos, Dios me libre, sino como aprecio del legado del Tío Sam. No sé si el imperio “yankie” es un imperio en decadencia o no pero me temo que la influencia cultural es abrumadora. Para bien y para mal.
Si me preguntaran una respuesta honesta sobre lo que me parece la influencia norteamericana lo más probablemente es sin embargo que dijese algo así como que me parece atroz pero honestamente también debo reconocer que mentiría. Es siempre ingenuo y mentiroso extrapolar sobre las grandes cifras y en este caso también. La cultura americana es la culpable de un buen puñado de atrocidades que no hace falta recordar pero me temo que también es la responsable de uno de los motores culturales más activos e influyentes sobre la tierra y sobre todo de generar cosas que a mí personalmente me dan la vida como son la música, el cine, la televisión de calidad o la literatura. En esos campos la influencia es tan abrumadora que sería estúpido discutirlo negándose a la evidencia. Sin embargo el poderoso monstruo americano, como casi todos los grandes monstruos, encierra grandes miserias en su complejo interior y cuando ambas cosas se mezclan: arte y miseria, el resultado puede llegar a ser demoledor.
En un extraño día viajando desde la ribera del Sena hasta el centro de la mítica Lutecia, casi por casualidad, me tope con un cocktail explosivo made in USA que prudentemente toco la fibra de esa víscera donde poéticamente se concentran los sentimientos. Emotivos artefactos de factura bellísima que vierten sus raíces en el corazón más rancio y oscuro de la complicada geografía norteamericana cuyo efecto frente a la exposición fue demoledor para un espíritu sensible como el mío, que se deja dañar con facilidad frente a las cosas bien hechas. Si saber cómo, me vi leyendo (devorando más bien) esa minúscula maravilla llamada Knockemstiff mientras escuchaba por los cascos Kmag Yoyo (& other american stories). Lo primero es un brutal libro de relatos (mezclados entre sí por ocurrir en el mismo sitio y a los mismos personajes) de esos que te dejan sin aliento. Una radiografía descarnada y sensible sobre los White Trash que habitan en algún rincón perdido de algún estado perdido de entre las zonas más perdidas de los Estados Unidos. Pequeñas historias complejas que se presentan con ingenua sencillez. Una bestial descripción de la perfidia humana descrito con elegante maestría. Sinceramente, de las mejores cosas que he leído en mucho tiempo. Donald Ray Pollock, el autor, es un tipo nacido y criado en el lugar que describe que tras décadas dedicando su tiempo a una fábrica de productos cárnicos decide ofrecernos ahora esta maravilla que supone su primer trabajo. Impresionante. Si además tienes el poco juicio de perfumar todas esas historias con el ácido sonido americana de Hayes Carll en su último trabajo (que perfectamente podría estar sonando en los tugurios que se describen en el libro) el efecto es devastador para el corazón. Para el mío lo fue.
La puntilla llegó sin embargo horas después cuando reposando mis huesos en un rincón perdido de la ille de France decidí ponerme a ver una película que llevaba en mi querido MacBook: Winter’s bone. Sin saber con lo que me enfrentaba y sin tener ni idea de que todo parecía estar orquestado y maquinado para que aquella noche no pudiese conciliar el sueño me tope con la cinta de una tal Debra Granik que me terminó de rematar. En un sitio que podría llamarse perfectamente knockemstiff y en el que podría sonar perfectamente la música de Hayes Carll ocurría una cruel y descarnada historia que mezclaba con desleal habilidad tanta crudeza sobria como extremas dosis de extraña ternura. Yo estaba allí, delante de la pantalla, para verlo y no supe reaccionar. Cine de autor pero cine emotivo y bueno, cosas que lamentablemente no siempre van de la mano últimamente.
Extraño y complicado país este que dirige el mundo. Capaz de lo sublime y lo rastrero, de lo profundo y de lo profundamente trivial. El país de las contradicciones en tamaño XXL. El lugar de las locuras extremas. Del puritanismos exacerbado y las aberraciones más infames. Del aburrimiento al límite y del millón de posibilidades de ocio. De los tolerantes e intolerantes. Del individualismo radical y las masas que se mueven al toque de corneta. De los genios y los analfabetos. De la grandeza y la miseria.
América, América…
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