Desde la atalaya elitista y racista que compone esta especie de urbanización privada que de forma petulante denominamos “civilización occidental”, esa que ha llegado a desarrollar esta especie de hiperdemocracia televisada donde el Gran Hermano es un ente amorfo y oscuro llamado “mercados” y donde el desarrollo intelectual ha ido evolucionando de forma oblicua hasta alcanzar su máximo grado de desarrollo en cosas como, por ejemplo, la parrilla diaria de Telecinco, asistimos de forma anonadada e incomprensible a la revuelta de esos señores sucios y pintorescos que nos venden cosas en nuestros bonitos viajes organizados por el Nilo (¡qué civilización más interesante la de los Egipcios, Mari!).
Desde la comodidad de nuestro sillón de tres cuerpos y disimulando el engorro que supone los reflejos en la pantalla del ipad analizamos con la capacidad que nuestra occidentalidad nos otorga la revuelta de un pueblo del que hasta hace una semana no teníamos ni idea de que existía, al estar incluido en la genérica categoría de “moros”. Hace un mes Egipto era ese sitio dónde estaban las pirámides (y poco más) pero hoy todos conocemos a Mubarak. Es lo que tiene la inmediatez de la noticia. Es lo que tiene la rabiosa actualidad.
Hace un mes nadie se rasgaba las vestiduras (mucho menos nuestros occidentales políticos) por el “régimen político” que existía en Egipto (o el Tunez o en Libia o en Marruecos o en Yemen o en Arabia Saudita o en Bahrain o en los Emiratos Árabes o en…) ni a nadie le parecía raro que esos señores bien bronceados que de vez en cuando venían por aquí (o por la casa blanca) a pegarse abrazos y apretones de manos con nuestros propios y bronceados “jefes de Estado” llevasen en ese puesto tanto tiempo (o más) que nuestro querido y democrático Rey. Ahora el mundo descubre atónito que todos esos regímenes, alimentados y pulidos por la todopoderosa sociedad occidental, tienen más que ver con lo que se viene conociendo como dictadura que con otra cosa. Países ricos en recursos (algunos de ellos muy ricos), geográficamente estratégicos (algunos muy estratégicos) y con una historia compleja y complicada (algunos de ellos muy compleja y muy complicada) aparecían ante los ojos del mundo como naciones iguales, “estables”, obedientes y “amigas”. Curioso. ¿Quién podía reparar en la dramática falta de libertad, el obsceno abuso de poder y el lamentable reparto de la riqueza que se estaba produciendo (y se produce en esos mismos sitios)? Total, si no daban problemas es que todo iba bien.
Pues resulta que no. Resulta que un millón de personas están ya hasta las pelotas y han salido a la calle para decirlo. Nosotros podemos salir a la calle a gritar contra Zapatero o Rajoy o Miguel Angel Gil sin miedo de que un tanque te vuele la cabeza pero allí no parecía estar tan claro. Sin embargo ahí están ellos, jugándose la vida y aquí estamos nosotros, en casa viendo “El Barco”. Aquí lógicamente no lo entendemos y buscamos explicaciones “lógicas” para ojos occidentales. ¿Quién está detrás? ¿Alguien tiene que pagar todo esto? ¿Tiene que existir un cabecilla con dinero y televisiones detrás? Pues parece que no es así.
Desde este cementerio acolchado que nos hemos construido es inconcebible que nadie proteste por nada (a no ser que le digan que lo tiene que hacer). Aquí no se protesta, hombre. Nuestra desarrollada civilización ha completado un sistema en el que todo se delega. Desde el ocio a la ideología. Desde el placer a la administración. Desde la inteligencia a la voz. Todo se delega. Si no sale por la tele es que no interesa. Si no suena en los cuarenta principales es que es una mierda. Si me joden en el trabajo que protesten los sindicatos (que por cierto son unos vagos y maleantes). Si el niño ha suspendido siete de siete la culpa es del gobierno, como dice intereconomía, y ni mucho menos me planteo que mi niño es un vago o que yo paso de él como de la mierda. Aquí se huye de eso tan cansado que se llama pensar y se asume que son otros los que lo hacen (o mejor dicho, los que lo tienen que hacer). Vemos lo que nos dicen que hay que ver, leemos lo que nos dicen que hay que leer y escuchamos lo que nos dicen que hay que escuchar. Protestamos sólo cuando nos dicen que protestemos. La preocupación fundamental es la fecha en la que pueda conseguir ese Audi que me permita mostrarme en público como un tipo con estatus. La culpa es siempre de otros y son otros siempre los que tienen que hacer las cosas. Bastantes problemas tengo yo como para “perder tiempo” en protestar.
Pero claro, en Egipto está varias décadas por “detrás”. En ese lugar que los engreídos afirman “no estar preparado para la democracia” conducir un Audi es una cuestión de ciencia ficción para todos menos para los amigos de occidente. Una solemne gilipollez cuando tengo que trabajar 24h al día sin seguro y sin papeles para poder alimentar al mi familia. Cuando mi casa prefabricada e ilegal que he construido con mis propias y encallecidas manos está a menos de 100m de uno de los hoteles más lujosos del hemisferio norte del que entran y salen los “amigos” del gobierno corrupto, ese que me mete en la cárcel si escribo un blog de política. Es difícil entenderlo con la calefacción permanentemente a 24ºC pero con frío y hambre la dignidad y el orgullo, eso que a los occidentales no nos ha costado absolutamente nada regalar, se agudizan y hasta los cobardes se vuelven valientes.
Salvando las distancias y poniendo cada cosa en su justa medida me temo que a este lado del estrecho se producen tantas injusticias y corruptelas como allí pero me temo que nuestras mentes calentitas están ya demasiado bien tamizadas y aleccionadas en la cultura de “tú en tu casa” como para planteárselo. Los egipcios no creo que sean mejores que nosotros (ni que nadie) pero cuando no tienes nada que perder o lo que tienes que ganar entiendes que es bastante más importante que lo que pierdes se agudiza el ingenio, disminuye la capacidad de aguante y aumentan las ganas de cambiar las cosas. Entonces se hacen cosas por honor, orgullo y dignidad. Especialmente si llevas décadas soportando un régimen dictatorial represivo y sangriento que te anula como individuo.
Nosotros los españoles deberíamos saberlo bien. Mejor que nadie.
Pero que pronto se olvidan las cosas si puedes ponerte a los mandos de un Audi o un monovolumen de diseño, twitear gilipolleces en el iphone 4 y pasar la tarde del sábado en el centro comercial. ¿Quien se plantea nada en esas circunstancias?
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