Cuando servidor era pequeño, y sobre todo en el barrio periférico en el que vivía, ser bilingüe era algo así como una leyenda cuya realidad o no tenía más que ver con un acto de fe que con otra cosa. Algunos no sólo lo creían sino que incluso conocían algún ejemplo de alguien bilingüe que desde luego no paseaba por mi barrio y cuyo logró respondía a dos posibilidades: que tu padre/madre se hubiese sacrificado por la causa años antes y hubiera tenido a bien mantener relaciones sexuales completas y sin protección con alguien nativo en otro idioma (algo difícil de conseguir e imposible de prever) o tener ingentes cantidades de dinero que te diesen la posibilidad de asistir a uno de esos selectos colegios que imparten sus clases en otra cultura con profesores preparados para ello.
Me temo que hoy, por mucho que la señora Aguirre y sus palmeros ladren otra cosa, la situación no ha cambiado mucho aunque para escarnio de chulapas y manolos ahora resulte que en mi barrio hay presuntos colegios bilingües.
Uno, que gracias a Dios y sobre todo a las horas de estudio, se ha labrado un cómodo porvenir que le ha dado la oportunidad de viajar por el mundo, vivir en países donde tuvo que utilizar el inglés y mezclarse con nativos aborígenes sabe ligeramente lo que es esto de tener que hablar inglés. De la misma manera uno que es capaz de leer libros en el idioma de la pérfida Albion y sobrevivir con dignidad en países de la Commonwealth está muy lejos de considerarse bilingüe y mucho más todavía de serlo. Si alguien me lo propusiese y tuviese que ser honesto creo estar preparado para dar clases de temas relacionados con mi profesión pero no creo estarlo realmente para hacerlo en inglés y mucho menos para hacerlo en calidad de profesor bilingüe. Me parecería una insultante tomadura de pelo. Les aseguro sin embargo sin posibilidad de ruborizarme que mis conocimientos teóricos y prácticos sobre la lengua inglesa están muy por encima de los de la inmensa mayoría de profesores supuestamente “bilingües” de nuestros colegios públicos. Créanme.
¿Saben lo que separa a un colegio público bilingüe de otro que no lo es? Simplemente que el claustro de profesores decida o no serlo. Así de simple. Si deciden serlo se les manda a los profesores (muchos de ellos sin ninguna preparación previa en el lenguaje de Shakespeare) a un cursillo de un par de semanas y vuelven hechos unos profesores bilingües en toda regla para regocijo de la señora Aguirre y su estirpe de palmeros.
Así se escribe la historia.
Desgraciadamente me temo que dentro de diez años serán bilingües los mismos que hace otros diez años y me temo también que por la misma vía y por las mismas razones. El resto es alpiste para cerdos.
¡Y qué viva la Pepa!
PD. “Yes We Want” está mal dicho. Un amigo inglés me dijo que sonaba mal. Lo suyo sería decir “Yes We Want to” pero debe ser que los asesores no están lo suficientemente bien pagados.
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