Destrozar la sensibilidad artística o la capacidad de emocionarse por razones puramente egoístas o de usura es algo tan viejo como el momento en que el ser humano inventó ese concepto inicialmente originado para que intercambiásemos recursos pero que luego se ha transformado en el motor de nuestra vidas y el refugio la mayoría de pecados capitales, es decir el dinero. Ayer me tocó sufrirlo a mi justo y precisamente en uno de los sitios del corazón donde más me duele al ser el que tengo reservado para la música. No sólo a mí, a mí y a las decenas de miles de personas que tuvimos que soportar el inefable sonido que llegaba a los oídos de los vilipendiados espectadores que nos dábamos cita en el Santiago Bernabeu.
Mi enfermiza pasión por la música hace que paradójicamente mi relación con las macro estrellas y mega eventos sea más bien tangencial desde hace muchos años. Los amantes de la música son más de piel y acaban queriendo disfrutar de las cosas con mayores dosis de veracidad y una mayor carga de valor añadido. Además desconfío por principio de los vendedores profesionales tanto como de lo que me venden. Como miembro de la religión que profesa la búsqueda de la autenticidad y la verdad a través de uno mismo y no a través de los ojos de los demás, reniego en principio de las cosas con las que todo el mundo esta de acuerdo. Tengo miles de discos en mi casa y escucho más música que el 90% de los mortales pero hace muchos años que no visito estadios para ir a un concierto aun teniendo en cuenta que por año es fácil que vea más de 40 conciertos. Los que están en mi misma situación piensan de una forma muy parecida y ese es un dato sobre el que alguien debería reflexionar. Estoy casi seguro que el 90% de los que estaban ayer en el Bernabeu asistían a su único concierto del año (o de algunos años) y probablemente eso explique muchas de las cosas que vienen después.
Pero Bruce Springsteen es otra cosa. Aunque quizá no quede muy cool decirlo aquí creo que es un músico y un artista magnífico y sus conciertos con la E Street Band un espectáculo de interpretación escénica, color, calor pero también de rock and roll difícil de ver hoy por hoy. Aparte de eso yo le tengo un cariño especial. Siendo un enano y sin poder ir a conciertos todavía (que era lo que entonces más deseaba en el mundo) escuchaba con los ojos abiertos las hazañas de un tal Bruce Springsteen por boca de un tío mío, uno de esos fans que entre otras se fueron a Montpellier para poder verlo porque “el boss” nunca venía a España. Su triple LP en directo, “Live 1975-1985”, fue lo primero que escuché de su música porque mi tío me lo grabó en una cinta que aun conservo a pesar de haberme comprado el disco posteriormente. Estas cosas se le quedan pegadas a un tipo sensible y sentimental como soy yo.
Por eso ayer lo que debería haber hecho es llevarme mi ipod cargado con ese mismo disco y ponerme los cascos a todo volumen mientras veía deambular al amigo Bruce por el escenario. De esa manera hubiese disfrutado más del concierto y de la magia de algo así, pero sobre todo hubiese evitado escuchar el atroz, infernal e intolerable ruido que llegaba a mis oídos. La E Street Band es un engranaje magnífico que suena de fábula como gracias a Dios ya había tenido la oportunidad de comprobar. Lo que no es de recibo por tanto es organizar un concierto en un sitio tan poco preparado y con las características tan lamentables que presenta el Santiago Bernabeu. Sólo la insultante avaricia de meter con un claro objetivo recaudatorio más y más clientes anónimos en el coso, clientes por los que no se tiene ningún respeto, puede justificar algo así. No sé el grado de responsabilidad que tendrá Bruce Springsteen en todo esto pero estoy seguro de que si él hubiese estado ayer a mi lado, como músico que es, se le caería la cara de vergüenza. Todo eso sin hablar del desorbitante precio de la entrada que como mínimo debería implicar un cierto respeto por quien la paga y su derecho a disfrutar de una propuesta técnica a la altura del precio. Alguien debería pedir perdón.
Pero nadie lo va a hacer. Ayer mientras servidor era incapaz de reconocer la canción que estaba sonando veía con cara de estupor como los miles y miles de espectadores se entregaban a mi alrededor a un ejercicio de catarsis colectiva, atendiendo sonrientes a las órdenes que les llegaban desde el escenario y aparentemente disfrutando de aquel intolerable fraude. La gente gritaba, sonreía y trataba de corear con onomatopeyas sin reparar en que el batería golpeaba el tambor un segundo antes de que sonase en el fondo del estadio, que el nivel de agudos histriónicos era nocivo para la salud o de la ración de graves que se masticaban con un terrible esfuerzo. Una banda de excelentes músicos, tocando con un equipo excelente una música excelente sonaba peor que la peor banda de carretera en el pueblo más recóndito de la geografía nacional.
Pero a nadie pareció importarle y por si acaso el ministerio de la verdad del Gran Hermano ha tenido a bien colaborar con la farsa. Hoy me he levantado con la prensa de internet y tanto EL PAIS como EL MUNDO hablan de un concierto fabuloso, épico y magistral. EL MUNDO hace referencia a unos problemas de sonido que, según ellos, se fueron solucionando con el tiempo. EL PAIS ni siquiera lo menciona con demasiado enfasis para centrarse en la figura del Bruce que menos tiene que ver precisamente con la música. ¿Para qué si lo importante es hablar de lo simpático que estuvo con el público? Una injusticia dolorosa que pasa desapercibida dueles dos veces.
Bruce Springsteen no tiene que demostrar nada a nadie a estas alturas. Creo que ha vuelto a reunir a la banda por el puro placer de tocar en un escenario pero si eso es así lo de ayer no tiene ningún sentido y él mismo debería dejarlo claro. Él no se lo merece. Yo tampoco. Tú tampoco.
Coincidí en el recinto con otros dos amigos músicos. Los tres estábamos abochornados. ¿Tres islas en un mar de felicidad? Quien lo sabe. A lo mejor fuimos los tres únicos que fuimos a un concierto de música en lugar de a otra cosa.
Mi enfermiza pasión por la música hace que paradójicamente mi relación con las macro estrellas y mega eventos sea más bien tangencial desde hace muchos años. Los amantes de la música son más de piel y acaban queriendo disfrutar de las cosas con mayores dosis de veracidad y una mayor carga de valor añadido. Además desconfío por principio de los vendedores profesionales tanto como de lo que me venden. Como miembro de la religión que profesa la búsqueda de la autenticidad y la verdad a través de uno mismo y no a través de los ojos de los demás, reniego en principio de las cosas con las que todo el mundo esta de acuerdo. Tengo miles de discos en mi casa y escucho más música que el 90% de los mortales pero hace muchos años que no visito estadios para ir a un concierto aun teniendo en cuenta que por año es fácil que vea más de 40 conciertos. Los que están en mi misma situación piensan de una forma muy parecida y ese es un dato sobre el que alguien debería reflexionar. Estoy casi seguro que el 90% de los que estaban ayer en el Bernabeu asistían a su único concierto del año (o de algunos años) y probablemente eso explique muchas de las cosas que vienen después.
Pero Bruce Springsteen es otra cosa. Aunque quizá no quede muy cool decirlo aquí creo que es un músico y un artista magnífico y sus conciertos con la E Street Band un espectáculo de interpretación escénica, color, calor pero también de rock and roll difícil de ver hoy por hoy. Aparte de eso yo le tengo un cariño especial. Siendo un enano y sin poder ir a conciertos todavía (que era lo que entonces más deseaba en el mundo) escuchaba con los ojos abiertos las hazañas de un tal Bruce Springsteen por boca de un tío mío, uno de esos fans que entre otras se fueron a Montpellier para poder verlo porque “el boss” nunca venía a España. Su triple LP en directo, “Live 1975-1985”, fue lo primero que escuché de su música porque mi tío me lo grabó en una cinta que aun conservo a pesar de haberme comprado el disco posteriormente. Estas cosas se le quedan pegadas a un tipo sensible y sentimental como soy yo.
Por eso ayer lo que debería haber hecho es llevarme mi ipod cargado con ese mismo disco y ponerme los cascos a todo volumen mientras veía deambular al amigo Bruce por el escenario. De esa manera hubiese disfrutado más del concierto y de la magia de algo así, pero sobre todo hubiese evitado escuchar el atroz, infernal e intolerable ruido que llegaba a mis oídos. La E Street Band es un engranaje magnífico que suena de fábula como gracias a Dios ya había tenido la oportunidad de comprobar. Lo que no es de recibo por tanto es organizar un concierto en un sitio tan poco preparado y con las características tan lamentables que presenta el Santiago Bernabeu. Sólo la insultante avaricia de meter con un claro objetivo recaudatorio más y más clientes anónimos en el coso, clientes por los que no se tiene ningún respeto, puede justificar algo así. No sé el grado de responsabilidad que tendrá Bruce Springsteen en todo esto pero estoy seguro de que si él hubiese estado ayer a mi lado, como músico que es, se le caería la cara de vergüenza. Todo eso sin hablar del desorbitante precio de la entrada que como mínimo debería implicar un cierto respeto por quien la paga y su derecho a disfrutar de una propuesta técnica a la altura del precio. Alguien debería pedir perdón.
Pero nadie lo va a hacer. Ayer mientras servidor era incapaz de reconocer la canción que estaba sonando veía con cara de estupor como los miles y miles de espectadores se entregaban a mi alrededor a un ejercicio de catarsis colectiva, atendiendo sonrientes a las órdenes que les llegaban desde el escenario y aparentemente disfrutando de aquel intolerable fraude. La gente gritaba, sonreía y trataba de corear con onomatopeyas sin reparar en que el batería golpeaba el tambor un segundo antes de que sonase en el fondo del estadio, que el nivel de agudos histriónicos era nocivo para la salud o de la ración de graves que se masticaban con un terrible esfuerzo. Una banda de excelentes músicos, tocando con un equipo excelente una música excelente sonaba peor que la peor banda de carretera en el pueblo más recóndito de la geografía nacional.
Pero a nadie pareció importarle y por si acaso el ministerio de la verdad del Gran Hermano ha tenido a bien colaborar con la farsa. Hoy me he levantado con la prensa de internet y tanto EL PAIS como EL MUNDO hablan de un concierto fabuloso, épico y magistral. EL MUNDO hace referencia a unos problemas de sonido que, según ellos, se fueron solucionando con el tiempo. EL PAIS ni siquiera lo menciona con demasiado enfasis para centrarse en la figura del Bruce que menos tiene que ver precisamente con la música. ¿Para qué si lo importante es hablar de lo simpático que estuvo con el público? Una injusticia dolorosa que pasa desapercibida dueles dos veces.
Bruce Springsteen no tiene que demostrar nada a nadie a estas alturas. Creo que ha vuelto a reunir a la banda por el puro placer de tocar en un escenario pero si eso es así lo de ayer no tiene ningún sentido y él mismo debería dejarlo claro. Él no se lo merece. Yo tampoco. Tú tampoco.
Coincidí en el recinto con otros dos amigos músicos. Los tres estábamos abochornados. ¿Tres islas en un mar de felicidad? Quien lo sabe. A lo mejor fuimos los tres únicos que fuimos a un concierto de música en lugar de a otra cosa.
3 comentarios:
It could challenge the ideas of the people who visit your blog.
http://www.publico.es/135451/rugidos/boss/estremecieron/madrid
Pues me alegra saber que existen tipos que se ganan la vida como periodistas y que actúan como tales. También me congratula saber que al menos uno de los escritores oficiales de crónicas de macroconciertos asistió al evento con los cinco sentidos en condiciones minimamente óptimas.
Gracias por la aportación Roger Sincero.
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