7 de septiembre de 2006

MUSICA, TEUTONAS .... y el RICOAMOR

Estaba yo reflexionando sobre este presunto nuevo resurgir del interés por la música en directo que tantas páginas ha malgastado en esos capciosos panfletos que llaman periódicos cuando me ha llegado la cruel noticia de que el RICOAMOR (mítica sala de concierto de Castellón) tiene previsto cerrar sus puertas. Paradójico. En tierras del FIB (paradigma del movimiento indie para todo aquel que no tienen ni idea de lo que significa indie) cierra un de los locales indie con más solera del suelo patrio.

Lo más paradójico del asunto no obstante es que en una mini entrevista con el goma, cabeza visible del garito, se diga que el motivo fundamental de tan triste hecho es la contundente realidad de que el público asistente a los tradicionales conciertos dominicales tendía vertiginosamente a cero. Resulta curioso que no existan 80 personas en Castellón y alrededores (no creo que entren muchas más personas en el RICOAMOR) para ver un grupo que en algunos casos ha tocado también a pocos km de distancia en Benicassim delante de miles de asistentes.

Pero esta triste noticia me sirve por lo menos para soportar, ya sin complejos, mi teoría sobre que todo este aparentemente bonito escenario y ese nuevo amor por degustar decibelios in situ no es mas que una lamentable y patética mentira.

Basta sufrir alguno de los interminables festivales veraniegos de música independiente (¡ja!) para darse cuenta del tipo de persona que asiste, de sus motivaciones, de sus objetivos, de su bagaje musical, de su consumo, de su amor por la música, de su capacidad de disfrute, etc…

La inmensa mayoría de las personas que asisten a estos eventos, es decir los que hacen que el evento pase de ser una reunión de frikis en una sala de 500 personas a un pretencioso macrofestival, tienen el único objetivo de ir de fiesta. La música es la excusa y los grupos la anécdota. Mola más y es infinitamente más cool asistir disfrazado de metrosexual sensible (o no) a una carísima reunión que se califica de “alternativa” que cocerse viendo a la orquesta Venecia tocando el Paquito Chocolatero en la plaza del pueblo aunque básicamente, en el fondo, el concepto es exactamente el mismo.

Esto no deja de ser una moda publicitada como cualquier otra que en si no es ni buena ni mala, que crecerá, engordará, se empachará y morirá de éxito como murió el tamagochi. Ahora bien, para mí, que la música es de las pocas cosas que puede hacerme reír, llorar, sufrir o volar, supone algo así como una dolorosa sodomización no consentida.

En España han tocado este verano más grupos que en cualquier otra parte del mundo. Hoy nuestro país es el Shagri-la de los grupos anglosajones pero lamentablemente exclusivamente de estos. Formaciones de escasa repercusión en sus países de origen se han tirado todo el verano tocando por aquí ante miles de personas que coreaban ausentes las canciones y hasta las pruebas de sonido (sin distinguir en muchos casos lo uno de lo otro). La demanda de este tipo de macro eventos es tan brutal que los salarios de estos adolescentes anglos y barbilampiños han crecido hasta extremos ridículos lo que hacen que los precios sean totalmente exagerados. La gente paga lo que sea por la fiesta y lo da por bien empleado siempre que exista ruido, alcohol, estupefacientes, teutonas abiertas de mente (o abiertas sin más) y algún secarral en el que plantar una tienda. Las consecuencias sin embargo para los amantes de la música son desastrosas. Grupos menores (o no) y emergentes (o no) que hace unos años tocaban en el Sidecar, Moby Dick o el Roxy ahora ya no vienen porque les pagan 3 veces más si tocan en el Primavera, el FIB o el Summercase y por eso si lo hacen en los garitos en que lo hacían antes las entradas ya no cuestan 8€ como antes sino que ahora cuestan 20€ porque cualquier grupo que aparezca en la página de contactos del Melody Maker ha subido su caché. El resto de grupos que no participan de este exclusivo circuito simplemente no existen. Si antes interesaban poco ahora no interesan nada.

Hoy para ver a Midlake o Two Gallant tienes que pagar los más de 100€ que cuesta la entrada del Summercase. Eso si, aunque lo hagas no te libras de verlos en unas condiciones pírricas en una carpa de sonido aberrante impropio de hasta de un solista de zambomba y con técnico de sudada y oscura camiseta además de dudoso talento, que piensa que su labor se limita a que casi todo suene lo más alto posible a través de los altavoces. Por no hablar de las condiciones del recinto como festival de música. Cada vez que me acuerdo de Rufus Wainwright en el Summercase (Madrid) incapaz de seguir el ritmo porque se oían varios conciertos de otro escenario a la vez se me saltan las lágrimas. ¿Pero a quién coño le importa Midlake, Two Gallant o Rufus Wainwright si los minis están a dos euros?

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